jueves, 28 de mayo de 2009

La ínsula







Cuando John W. Hawker abordaba un barco, si era rico, donde primero buscaba era en el camarote del capitán, por si acaso el hombre escondía libros, estampas, pintu­ras, epistolarios de amor o cualquier otra droga que ayudara a matar la nostalgia producida por los atardeceres marinos. Era un vicio que arrastraba desde tiempos inmemoriales, y ya cuando servía en la Armada inglesa cambiaba libros por tabaco, e incluso por comida, algo que en algunos momentos lindaba con el suicidio y provocaba burlas en sus compañeros. La mayoría de los libros que leía, con la velocidad y el desatino de un cometa errante, le dejaban resaca en la memoria, y a veces, si las palabras se meraban con el ron, llegaban incluso a trastocar el orden, ya anárquico, de su realidad. También de su comportamiento.

Una tarde de agosto, El Bergante abordó un barco español. Naturalmente opuso resistencia, como era costumbre en aquellas tripulaciones que venían de Indias perseguidas por la sombra orgullosa de las conquistas. A punto estuvieron de hundir la nave, recién estrena­da por el capitán John W. Hawker, y le produjeron daños que tardaron semanas en curar. Pero al final, la suerte endiablada de John Hawker, o quizás y tan sólo el destino, inclinaron la batalla a favor del barco pirata. Y mientras los hombres de El Bergante lavaban a sus muertos con la sangre de los españoles cautivos, el capitán, como siempre, esculcó en el camarote del almirante enemigo por si guardaba antídotos contra la soledad. En el camastro del español, a quien mató de un sablazo en la garganta, halló un libro entreabierto que extrañamente aún no había leído. Estaba escrito en la lengua originaria de su dueño, que el capitán Hawker dominaba aceptablemente, a pesar de su dificul­tad. Se lo llevó al camarote y a punto estuvo, una vez más, de enloque­cer, a caballo entre la verdad y la mentira, sumido sin remedio en la duda. Al cabo del mes concluyó que todo lo leído en el libro era cierto, desde la primera palabra hasta la última, y casi estrangula al loro Gordon por cuestionar levemente aquella verdad rotunda.

Durante otro mes largo estudió enfebrecido cartas de navegación, astrolabios, compases magnéticos, ballestillas, cartas de vitela, diagra­mas solares y móviles y cualquier artefacto de medición o localización que encontraba en los baúles polvorientos de su cabina. También analizó al detalle las pesadillas que lo asaltaban de madrugada y las páginas sin obelar de su memoria, buscando con insistencia una ínsula llamada Barataria, gobernada por un hombre orondo y simple que poseía el secreto de la cordura.

- Imposible verla ahora -dijo al cabo-, pero existe.

Durante meses la buscó en los rincones más ocultos de todos los mares conocidos. Preguntó en las tabernas de los puertos hasta hacerse mirar como a un loco. Interrogó a los vagabundos que dormían en los muelles, a las barbacaneras que mecían la añoranza de los soldados en sus senos prostituidos, a los sangrientos bucaneros que abastecían de carne a los buques mercantes, a los corsarios de los reinos más podero­sos, a los esclavos africanos que abarrotaban las bodegas de los barcos negreros y a todo ser viviente que hallaba respirando en los mares o en la tierra, pero nadie supo decirle al capitán John W. Hawker dónde se ubicaba aquella ínsula llamada Barataria, ni quién la gobernaba ni a qué reino pertenecía. Sólo algunos pudieron darle pistas falsas, atemoriza­dos por su sable o engolosinados por su oro. Otros la habían oído mencionar y la confundieron de corazón con el delta de algún río o con un simple peñasco tan perdido en los mares como la cordura del capi­tán. Y un desertor español llegó a confesarle en Port Royal que todo era simplemente una bonita mentira contada por un inventor de historias, un hombre manco tan embustero como genial que también fue marinero, pero John W. Hawker armó la pistola y le descerrajó un tiro en el corazón justo antes de permitirle destruir con falacias el envoltorio de su sueño.

Fiel a su costumbre no cayó en el desánimo ni desechó ninguna pista. Recorrió los mares de todos los continentes mirando por el catalejo con su único ojo y sobando hasta el empacho las pínulas de un cuadrante doble que compró en Jamaica por el precio de un buque. Exploró personalmente islas de caníbales, costas plagadas de islotes donde tan sólo la soledad administraba un imperio de tortugas y mos­quitos. Cayó en trampas tendidas por los propios sujetos que lo orienta­ron en la búsqueda. Hundió en el camino cuatro barcos ingleses, uno español y otro holandés. Pasó a cuchillo a las tripulaciones de dos barcos negreros, asaltó un puerto desprotegido y redujo a cenizas un fortín francés que se alzaba orgulloso en una isla a la que fue enviado por alguien con la ilusión de verlo morir. Abortó con éxito dos motines de una tripulación hastiada ya de perseguir un sueño. Exploró palmo a palmo cualquier trozo de tierra que pudiera ser, siquiera por asomo, el que él buscaba, y todos los abandonó luego con una lágrima de resignación.

En la descabellada búsqueda de la ínsula de Barataria, el capitán John W. Hawker encontró por casualidad fortunas incalculables, tesoros escondidos en lugares perdidos y náufragos abandonados en islotes desiertos. Pero también halló el sabor de la decepción, un sabor rancio que lo angustiaba por las noches, cuando leía a la luz de una palmatoria las páginas de aquel libro que nunca debió robar. Y mucho tiempo después, cuando ya el nombre de Barataria resonaba en su memoria como los nombres inventados de las mujeres que nunca amó, El Bergante abordó a un buque mercante desviado de las escoltas que navegaba rumbo a España. Entre los prisioneros, por casualidad, encontró a un hombre corriente, callado y simple como un amanecer, apático, o quizás tan sólo melancólico, un hombre que coincidía cabal­mente con la descripción que daba el libro del gobernador de Barataria. Un hombre tan común que poseía el secreto de la cordura. El capitán John W. Hawker se acercó a él. Su única pierna le temblaba de emo­ción.

- ¿Conoces, por casualidad, la ínsula de Barataria? -le preguntó.

El hombre, humilde como el nacimiento y como la muerte, levantó la cabeza sin temor.

- Llevo cien años buscándola -respondió.


Y durante días enteros permanecieron encerrados en un camaro­te, bebiendo vino sin medida y desentrañando las simplicidades del mundo. Degustaron los mejores manjares, las mejores palabras, los mejores brandis. Se contaron historias de amores imposibles y cuentos de locos y acabaron despidiéndose con la promesa de verse algún día en la ínsula de Barataria. Al menos eso decía una canción que el propio capitán John W. Hawker oyó años después en una taberna de Saint-Malo, mientras el ron corría por las mesas y unos bucaneros que nunca leyeron libros se mataban a navajazos por el plano de un tesoro.

6 comentarios:

  1. Sabes??? Yo tambien la busco hace muchisimos años,pero con la diferencia de que yo la deje pasar, y ahora no se si la encontrare,yo no pierdo la esperanza tengo toda una vida....

    Gracias,por tu tiempo!!!!!!

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  2. ¡Qué bien!...Y sigue la historia...pero,y yo
    me pregunto?¿Tal vez si la encuentra el capitán
    Hawker llegará a controlar sus sentimientos y
    emociones?...¿Habrá nidos de cigüeñas y corriente
    provocando torbellinos?...¡Mejor todavía!...Le
    devolverá totalmnte la dignidad como a nuestro
    amigo "Sancho"!.

    ¡ Habrá que esperar!

    Un beso.

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  3. ¡Cuántos siguen buscando la ínsula de Barataria sin éxito y enloquecen por ello!
    Un relato impecable, César, donde las palabras dicen mucho y las entrelíneas lo dicen todo. Ése es el verdadero sentido de escribir...
    Una vez más, mis sinceras felicitaciones por la excelencia de tu trabajo.
    Un beso grande.

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  4. cada vez que leo un texto de estas características pienso dos cosas: que no se me olvide imprimirlo para dárselo a mi tio Ángel (un forofo de este tipo de relatos) y 2º, pienso que este chico (tú) habrá pensado en aunarlos todos en un libro porque son maravillosos. Es un tipo de literatura mágica, fresca, limpia, en cierto modo ingenua, de verdad deliciosa.
    Y hablando de otra cosa, el texto que subi ayer tiene exactamente 6 años cuando yo me encontraba en esos momentos de la vida que no sabes si vas o vienes y que estás "des" total.
    Buen finde

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  5. Acabo de conocerte. Me encantó este blog, lleno de historias que me atraparon. Me quedo a leerte un rato más. Felicitaciones!

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  6. Hoy voy con un poquillo de prisa que ya es la hora de irme a trabajar.

    Pero prometo volver.

    Por ahora te saludo un besitoooooo. Lo siento yo soy de besitoooos.

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