jueves, 4 de febrero de 2010

El olivar de los amantes furtivos



Premio Nacional de Cuentos Ciudad de Martos


El día que la señorita Felisa Mompao comunicó a Matías Zarco, El Requeté, que felizmente habían llegado ya los papeles de su pensión, éste pensó que el siguiente y obligado paso era morirse más tarde o más temprano. Azarosamente tuvo que aguardar hasta ese día para intuir que la vida es apenas un suspiro, una estela de acontecimientos fugaces e inconcretos, un jarrón de flores papiráceas expuestas a marchitarse en cualquier momento.

Encendió entonces uno de aquellos cigarros hermanos que lo acompañaron toda la vida, aspiró una bocanada de humo que dejó en su alma la sensación asfixiante de las esperanzas muertas, y ni por un momento imaginó coincidir con la asistenta social en que las pensiones del Gobierno, entre otras muchas cosas menos dignas de mención, son algo parecido a un preaviso de cesación a divinis, una burocrática y cortés manera de anunciar la llegada de la muerte.

‑Que sea para mucho tiempo, Matías ‑le dijo depositando un sobre en la mesa.

El Requeté inclinó el cuerpo con la agilidad propia de los remolacheros y alargó la mano velluda, callosa, virgen de maldad.

‑No esté usted en eso, señorita ‑respondió‑, si las pensiones fueran para mucho tiempo no se las darían a nadie, la prueba está en que ningún nuevo las cobra.

Muchos años atrás, Matías Zarco percibió una impresión de angustia muy parecida a la que ahora comprimía su garganta. Fue el día que la guerra lo hizo regresar para decirle al oído con el cinismo de los grandes conflictos que Pilar Márquez se había casado con otro, no porque pensara que nunca más volvería del frente, sino simplemente porque le dio la gana. Y aquella bala de Mauser que atravesó su corazón se pareció mucho a esos visillos inoportunos y opacos que enturbian las pasiones. “Eso me pasa por casarme con la Patria”, comentó entonces en el bar de Prudencio, risueño y despreocupado, falsamente ecuánime. Orgulloso. Y ya no lo oyeron pronunciar el nombre de Pilar Márquez hasta veinte años después, en la primera romería que festejó el pueblo, cuando alguien lo escuchó nombrarla, quizás por casualidad, en medio de un corrillo de sevillanas orquestado por el vino, pero nadie le concedió entonces la menor importancia porque al fin y al cabo el alcohol facilita la comprensión y porque un error, siempre y cuando sea justificado, lo puede cometer cualquiera. Pero cualquiera no se lleva muerto tantos años como se llevó El Requeté, que aquella misma mañana recibió, envuelta en la calmaria resudada del ayuntamiento, camuflada como un espía en las tobas del cigarro, la tufarada densa de un animal muerto que reconoció ser él y cuya sombra lo acompañó hasta la puerta mostrándole la salida. Al pisar el umbral lo detuvieron la añoranza y el miedo, tal vez también un impulso de compasión mal entendida.




‑Cásese usted pronto, señorita ‑dijo‑, no le vaya a pasar como a mí, que acabo de comprender que voy a morirme soltero... y solo.

Sin embargo la soltería nunca fue una pesadilla que desvelara los sueños de El Requeté. Sí lo fue, en cambio, la ausencia de caricias, la premonición constante de las felicidades negadas y la presencia ausente de un amor carnal que pusiera su cama patas arriba, removiera el hormiguero que dormía bajo su piel y se remansara agotado en la cuenca de sus vanidades masculinas, porque Matías Zarco se fue virgen a la guerra, virgen volvió de ella y virgen permanecía el día que Felisa Mompao le extendió la notificación de cese. Nunca, aunque a él mismo le pareciera increíble, experimentó la sensación alucinante de besar a una mujer. Ni siquiera a Pilar Márquez llegó a besarla, a pesar de que ella se lo pidió con las miradas, con los labios e incluso con las palabras. Matías siempre fue un tímido exasperante y un conformista acostumbrado a copular con la imaginación, aunque ninguna de las heladas noches de su vida lo reconociera, amparado en el falso argumento de la mala suerte, increpando al fiscal de su conciencia con aquella raída historia de que justo el día que tenía planeado rozarle los labios se lo llevaron a la guerra. Fue una historia que durante muchos años convenció a los jueces de su alma y que al final terminó desengañando incluso a los abogados defensores. Ya era imposible cualquier descargo. Aquel papel de la pensión era el veredicto de un juicio inaplazable que suponía una condena a ostracismo con carácter retroactivo.




Quizás por eso los paredones de su habitación le parecieran aquella noche mucho más angostos, excesivamente insuficientes y apelmazados, y los gemidos de placer que cada madrugada de invierno nacían en el paredón del corral y sobresaltaban el silencio de la casa lo hicieran llorar de algo que su conciencia identificó, vagamente y a regañadientes, con la envidia. Una envidia que antes, cuando creía tener la vida entera por delante, pasaba por su lado sin dignarse a mirarlo, o tal vez fuera él quien siempre la ignoró, pero que aquella noche, en ese momento, lo arrastró hasta el patio sin previo aviso, lo obligó a pegarse a la tapia como un lagarto de invierno y allí lo dejó a la intemperie, aterido de frío, escuchando cómo los demás se entregaban al amor con un desenfreno sin límites.

Entonces recordó una a una, en un segundo, todas las madrugadas y todos los inviernos traseros, y pensó que el amor era injusto, que a unos seres les entrega abierto el cofre de los secretos y a otros, como a él, ni siquiera les muestra la llave. Matías Zarco había permitido demasiados años que la tapia de su corralón, estratégicamente situada al pie del olivar, fuera un remanso de pasiones incontroladas, un arosquilado en la sierra de la intolerancia donde los amores furtivos se hallaron siempre a resguardo del peligroso viento de las miradas indiscretas. “Se han confiado con el tiempo”, pensó. Y efectivamente, aquellos noviazgos interminables llevaban años amparados en el silencio del Requeté. Un silencio que siempre interpretaron como una complicidad solidaria donde sobraban las explicaciones.

Pero con el amor sucede como con cualquier otro tesoro, que quien lo posee no comprende a quien nunca lo tuvo y viceversa. Y aquel día Matías Zarco no quiso comprender que otros hicieran el amor cada noche mientras él tenía prohibido hacerlo siquiera una; así que decidió no soportar más aquellos gruñidos de placer, y llevado por un impulso incontrolable y venático comenzó a golpear el postigo llamando al silencio, paradójicamente, con el ruido. Poco después el silencio llegó disfrazado de fuga, porque cuando se trata de pasiones todo el mundo es tímido hasta la imprudencia, incluso hasta la cobardía.




Aquella noche, ya fuera por el brusco cambio que sufrió su vida en una mañana o por aquella desvergonzada actitud de los amantes anónimos, la pasó en el patio charlando con las estrellas; les contó cosas disparatadas de Pilar Márquez que inventó sobre la marcha, se la imaginó en las adelfas del arroyo como su madre la trajo al mundo y, a pesar del frío, volvió a entregarse desconsideradamente a esos onanismos pecaminosos que turbaban su conciencia. Pero al día siguiente, de madrugada, cuando aún no había olvidado el desagradable incidente de la noche anterior, volvió a escuchar, esta vez con más nitidez, la misma trapatiesta y los mismos gemidos, y volvió a intuir las formas diabólicamente carnosas de los sexos opuestos, jadeantes, desenfrenados. “Confiados”, pensó, y se arrastró sigilosamente hasta la puerta de la calle, se escurrió por la fachada con la rapidez de un grillo, dobló la esquina y a pedradas interrumpió los coitos de los amantes nocturnos que en ese momento se daban a la lujuria y al desatino, ciegos y apresurados.

Por la mañana se despertó con el cloqueo de las gallinas clavado en las sienes y con el firme propósito de hallar a los culpables y acabar con aquellas bacanales nocturnas que impedían cualquier descanso moral y corporal. De modo que se dedicó por entero al desahuciado arte de buscar conclusiones, y a la hora del desayuno llegó a una que brillaba por encima de todas las demás: que quienes fueran debían ser vecinos, a juzgar por la rapidez de sus movimientos y por la capacidad de batirse en retirada, ordenada o desordenadamente, era lo mismo, ante la inminente amenaza de un enemigo. Después, en base al estrépito que formaban en la huida llegó, a la hora del almuerzo, a una hipótesis verdaderamente descabellada pero de todo punto cierta: que no era una sola pareja, quizás varias parejas o, puesto ya en lo peor, un degenerado grupo de varias que se amaran indistintamente. A la hora del café en el bar de Prudencio ya barajaba los nombres de la Clari, el Sultán, la Alfombrada y, muy posiblemente, también el Negro, el hermano del Sultán. Ya entrada la tarde, camino de la casa de sus pesares, lejos de descartar alguno, los dio por ciertos a todos, e incluso a última hora agregó a la Estrella, que por estar preñada había excluido al principio.




Aquella noche resolvió no dormir y entregarse por entero al innoble juego de la emboscada. Y como hacía en la guerra cuando lo mandaban de escucha, se echó un cobertor sobre los hombros, entreabrió la puerta del postigo y se acuclilló en el sardinel con la escopeta montada, aguardando que la muerte llegara silenciosa y disfrazada de gemidos amorosos. Y ni por un momento se detuvo a pensar que podía cometer un crimen porque la soledad, cuando se queda a vivir en un corazón, lo desespera hasta el extremo de matarle muchas virtudes. Y a Matías Zarco le mató la prudencia. Tras la tapia, en el callejón que daba al olivar, la noche se hizo densa y el silencio amenazante. Un mochuelo cantó a la luna invisible y un compás de espera, frío y seco como los perdigones de una escopeta, se abrió intrigante y receloso. El Requeté se recostó en el quicio del portalón. “A lo mejor se lo han imaginado y no vienen”, pensó, y se echó a soñar de nuevo con las caderas orondas de Pilar Márquez, con sus andares provocadoramente escarranchados y sus miradas lascivas. De nuevo la tomó de la mano y la condujo al arroyo, la tendió en un colchón de grama, le quitó la ropa y se dispuso a amarla, pero justo en ese momento volvieron a llevárselo a la guerra, porque de nuevo oyó aquellos gemidos escandalizando el callejón, aquellos coitos desvergonzados mancillando el silencio de la noche.

Matías Zarco escrutó el campo de batalla con la precisión de un águila, con la insistencia infalible de un búho. “Ahora veréis”, pensó, y un estampido bestial retumbó en el callejón y galopó en el celaje nocturno como un caballo salvaje corriendo hacia la muerte. En el suelo, chapaleando su destino en sangre, la Clari se tropezó con ella sin que Sebastián Alcázar, que regresaba de enterrar cepos en la sierra, pudiera hacer nada por evitarlo. Se acercó al Requeté, lo agarró por el cobertor y lo levantó en peso.

‑Animal ‑le dijo‑, ¿no ves que puedes matar a una criatura?

Y luego, mirándolo a los ojos, lo previno.

‑Como vuelva a cogerte pegándole tiros a los gatos te llevo a la Guardia Civil.

El Requeté no respondió, simplemente cerró la puerta del postigo y se tumbó en la cama junto al fantasma desnudo de Pilar Márquez, que se había quedado en las adelfas del arroyo aguardando un beso imposible. Y una vez más, en esa dimensión donde los gatos no necesitan estar, la amó desesperadamente.

‑Nunca dejé de quererte, Pilar ‑le dijo‑, ahora más que nunca.

Ella lo miró desde el otro lado de la realidad con aquel rostro de quinceañera que mataba las voluntades.

‑Te estás volviendo loco, Matías ‑le contestó‑, mira que a tu edad tener envidia de un pobre animalito que no puede defenderse...

Y se marchó dejándolo en manos de una soledad que se holgaba recordándole, una por una, las insufribles ventajas de ser gato y los insalvables inconvenientes de ser un animal cesado sin ninguna posibilidad de rectificar sus errores.

16 comentarios:

  1. Que dolor mas grande,terminar tu larga vida sin poder rectificar tus errores,sabiendo que realmente siempre la quiso y la dejo escapar,sin jamas poder rozar sus labios.

    Jose,triste pero bonito.

    Un beso!!!
    Mary.

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  2. Este relato, querido Antonio, es mejor que el anterior y peor, sin duda, que el próximo.Cada vez disfruto más leyendote.
    Enhorabuena por el merecido premio. Un abrazo.

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  3. Un buen relato con sorprendente final. Me ha hecho gracia que aparezca una Felisa, no es un nombre muy habitual el mío. Saludos y gracias por tu correo, incluiré tu blog en mi lista.
    Ah, enhorabuena por los premios y menciones recibida, que son muchos e importantes.

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  4. Es un magnífico relato y con un final que no me
    esperaba...Creo que cuando ya se tienen unos años
    se percibe, poco a poco, que la vida es un suspiro,es terrible pensar todo lo que te queda
    por conocer y que a lo mejor no lo harás nunca,
    pero es bueno soñar...

    Preciosas obras de Van Gogh.

    Saludos,
    un beso.

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  5. Siempre sorprendentes tus relatos.
    Escritor de primera Jose Antonio;
    Un fuerte abrazo

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  6. Estimado José Antonio:

    Tu cuento tiene un enganche tan insólito que sólo un buen escritor puediera concebirlo.

    Felicidades.
    Cris.

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  7. Enhorabuena por este maravilloso e inmenso relato, gracias a Marian Gardi por su dedicación y mostrarnos el arte de sus amigos, un abrazo.

    Te sigo y enlazo a mi blog.

    Frank.

    Pd:¿Tienes alguna novela escrita?

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  8. No me extraña nada que te llevases ese premio (y casi todos, por lo que veo :)) José Antonio. Caray, qué manera de dibujar un personaje, podría decir que lo conocí y me compadecí de él, de su timidez (casi —o sin el casi— de su represión), de sus errores, de no tener el valor, ni siquiera la mínima determinación para coger las riendas de su vida, para luchar por el amor de Pilar Márquez, a la que nunca olvidó. Una se encoge con estas cosas. Me encanta la forma en la que logras profundizar en tus personajes, los quieres, nos los muestras al desnudo con toda la gama de sus sentimientos y haces que los entendamos, sus razones, las cosas que le llevaron a sus errores, a perderse por las sendas de la vida y no encontrar su camino, al arrepentimiento por no haber tenido los arresto para hallarlo; están llenos de humanidad. Envidia, sana, si puede existir tal cosa, jeje, al leerte. Estas líneas (son solo un ejemplo, podría poner tantas…):

    “alargó la mano velluda, callosa, virgen de maldad”.
    “con aquel rostro de quinceañera que mataba las voluntades”.

    Así de fácil, con pocas palabras lo das a entender todo. Te felicito y te agradezco que compartas tus relatos, porque disfruto leyéndolos y, de paso, a ver si se me contagia algo :).

    Un abrazo grande,

    Margarita

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  9. Hola:

    Es la primera vez que me asomo a tu blog y lo hago extasiado ante tanta frescura, tanto en el diseño, que me parece fantástico, como los textos que escribes. He llegado a ti mediante Carolina, yo modestamente escribo cuentos y he podido conseguir publicar mi primer libro de cuentos, aunque por lo que te he leído, solo soy un humilde principiante. Te invito a participar en mi blog, se llama juliocienfuegos.blogspot.com, allí cuelgo mis cuentos e historias cotidianas. Espero seguirte muchas más veces. De nuevo mi más sincera enhorabuena.

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  10. José Antonio vine a dejarte un abrazo.
    Tus relatos son apetecibles, comestibles y dirigibles como todo lo que sale de tus manos.
    Muchos besos

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  11. Confieso haber admirado tu foto en la piscina.
    Un abrazo

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  12. Aunque sea ya tarde Jose Antonio, magistral relato me ha encantado de verdad.

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  13. ...traigo
    sangre
    de
    la
    tarde
    herida
    en
    la
    mano
    y
    una
    vela
    de
    mi
    corazón
    para
    invitarte
    y
    darte
    este
    alma
    que
    viene
    para
    compartir
    contigo
    tu
    bello
    blog
    con
    un
    ramillete
    de
    oro
    y
    claveles
    dentro...


    desde mis
    HORAS ROTAS
    Y AULA DE PAZ


    COMPARTIENDO ILUSION
    JOSE ANYONIO

    CON saludos de la luna al
    reflejarse en el mar de la
    poesía...




    ESPERO SEAN DE VUESTRO AGRADO EL POST POETIZADO DE SIÉNTEME DE CRIADAS Y SEÑORAS, FLOR DE PASCUA ENEMIGOS PUBLICOS HÁLITO DESAYUNO CON DIAMANTES TIFÓN PULP FICTION, ESTALLIDO MAMMA MIA, TOQUE DE CANELA, STAR WARS,

    José
    Ramón...

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  14. Os invitamos el próximo día 11 de abril a las 20.00 horas, en el salón de actos del Instituto Gustavo Adolfo Bécquer de Sevilla en el barrio de Triana presentación y lanzamiento de la novela "Confesión" por su autor Tomás Prieto Martín y cuyo evento será presentado por Don Ginés Cirera Guiraum.

    NO FALTÉIS, GRACIAS¡¡¡¡

    www.salmorelli.blogspot.com

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  15. Con algo tan bien escrito...¿Porque no sigues?
    un abrazo desde azpeitia

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