martes, 17 de febrero de 2009



GOULASH PARA EL PRESIDENTE

Premio Restaurante El Chiscón. Madrid.




Sobre las nueve de la mañana el presidente me mandó llamar. Me dijo que cenaría a solas con el minis­tro del interior, que deseaba un plato exquisito pero sencillo, a ser posible con arraigada tradición casera, y que lo tuviera todo dispuesto para las ocho y media. Sin pensarlo dos veces le sugerí el goulash, ese delicioso estofado procedente de Hungría que tan popular se hizo en Europa central y que aumenta el optimismo del presidente. La extraordinaria combinación de hierbas olorosas y de otros ingredientes de la huerta, así como su preparación con manteca de cerdo, podría muy bien disimu­lar el color del veneno, ese color mortalmente azafranado que había sido mi mayor preocupación durante más de un año. Con la excusa de comprar personalmente la culata de buey, abando­né el palacio y desde un teléfono público contacté con la Orga­nización. Las llamadas telefó­nicas estaban absolu­ta­mente prohibidas, y lo correcto hubiera sido insertar un anuncio en la prensa, con el teléfono de Henri, solicitan­do "un maestro cocinero para una noche inolvida­ble", pero la urgencia del caso justifi­caba la medida. “Me han invitado a cenar. Saldré del restau­rante a las nueve de la noche. Venid a recogerme”, dije. El compañero Henry sonrió con cierta ironía. Me había reconoci­do. Los dados empezaban a echarse sobre el tapete.


En este mundo sólo hay dos cosas capaces de hacer saltar los mecanismos más sofisticados y ocultos de mi conciencia, dos poderosas pasiones que desatan mi imaginación y justifican mi vida: la venganza y la cocina. La venganza, como decía Calderón, no borra la ofensa, naturalmente, pero es indudable que la dignifica, y en ese parámetro es donde se reviste de nobleza; y la cocina, el arte más entrañable y preciso que pueda concebir el hom­bre, me ha convertido en maestro, en creador de sabores, en un nombre para el recuerdo de quien prueba mis obras, por eso colma sobradamente el vaso, a veces empaña­do, de mi felicidad. El secreto y el placer de la cocina, como todo arte, está en el resultado, y ni siquiera los largos años de experien­cia han conseguido amortiguar esa pletóri­ca impresión de felicidad que me embarga cuando un comen­sal se me acerca a los postres con palabras de elogio. Naturalmente he servido a paladares buenos y malos. El del presidente, hay que decirlo, es excepcional, y sólo la certeza de ignorar su expresión placentera tras la cena con el ministro del interior empañaba la satisfacción de mi venganza, que ya era mucha, después de tantos meses de seguimiento, de tantas oportunidades idas y de tanto miedo a ser descubierto. La recompensa por mi espera sería doble, puesto que acabaría con el presidente y el ministro sin dañar a sus familias.


A mediodía subí a mis habitaciones, abrí un ejemplar de los “Escritos de la filosofía política”, de Mijail Bakunin, que previa­mente había ahuecado con una cuchilla, y tomé el frasco de veneno que dos años antes me entregó el compañero Henri en aquella inolvidable velada junto al río donde ambos sellamos el compromiso mortal que nos unía. Lo guardé en el bolsillo dispuesto a no despren­derme de él hasta el momento definitivo. Sobre las cinco de la tarde empecé a trocear la culata del buey, a dados grandes para darle vistosidad al plato, y en una cazuela derretí la manteca y doré las cebollas. Mientras hacía esto pensé en el ministro, quien nunca había probado uno de mis goulash, y sinceramente lo sentí por él. También por mí, porque a él se le iría la vida y a mí la recom­pensa de saber su opinión.


Después de dorar las cebollas añadí los dados procuran­do con sumo cuidado que se hicieran por los cuatro lados, y cuando estuvieron en su punto tapé la cazuela para que la carne sacara su jugo y se cociera en él durante quince minutos. Sin quererlo volví a pensar en el rostro destartalado del ministro, en su expre­sión enjuta y cetrina y en su conocida fama de comen­sal exigente. De haber probado mi plato en otras circunstan­cias habría quedado desarmado. Volví a palpar el frasco de veneno en mi bolsillo y en ese momento el presi­dente irrumpió en la cocina. El corazón me dio un vuel­co. Nunca antes había sentido interés por aquellas dependen­cias. Me habló entonces del selecto paladar del ministro y de la importancia de aquella cena, y me exigió que no fallara. Después se marchó con una expresión de curiosi­dad en el rostro.


Temblando aún por la impresión de aquella inopinada visita, añadí los tomates, la sal, un manojo de hierbas, un vaso de agua y una cucharada pequeña de pa­prika, que es la masa pulverulenta de una especie de pimientos muy utilizados en Europa central y el verdadero secreto del goulash; después tapé la cazuela para dejar cocer la carne muy lentamente duran­te dos horas y media. Cuando el plato estuviera a punto, pondría en la salsa el veneno del frasco y la suerte del presidente y del minis­tro estaría echada. Encendí un cigarrillo, tomé asiento y comencé a drogarme con el aroma extraordi­nario del gou­lash. Entonces recor­dé mis largos años de coci­nero, las firmes ideas que me habían llevado a ese momento y la promesa de venganza que formulé al entrar en la Organi­zación, pero a medida que la carne se cocía su perfu­me embriagaba mis sentidos y el embrujo de la curio­sidad aplastaba mis principios bajo la bota tiránica de su inocencia. La impresión del ministro al degustar mi gou­lash, los comentarios que haría de él al presidente quedarían silenciados para siempre por un frasco de vene­no; desconocer la opinión de aquel paladar selecto sería el alto precio a pagar por la causa. Algo parecido a la duda estremeció mis nervios hasta el punto de darme miedo, y durante mucho tiempo estuve pensando en ello.


Poco después comprendí, por el crepitar del guiso y el olor de la carne, que el goulash estaba listo. Al destaparlo supe que aquella comida era una obra de arte. Sin pensarlo tomé el frasco. Lo destapé. En el extraño clima de mi imaginación vi el rostro placen­tero del presiden­te y el del odiado ministro del interior, inexpresi­vo, vacío, ausente. No lo pude evitar. Tapé el frasco y volví a guardarlo. Probablemente hubiera otra oportunidad, otro momento más adecuado, otra circunstancia que disminuyera el precio de mi venganza. Naturalmente, yo mismo me encargué de servir los postres. El exigen­te ministro del interior me felicitó con un apretón de manos. “Extra­or­dinario” dijo, “tenga la seguridad de que repetiré otro día”. Afortunadamente, no todo estaba perdi­do.

35 comentarios:

  1. Amigo Lamara, no supiste interpretar la fábula de la paloma vanidosa, y pecaste al incumplir con tu tarea. No así, creo que asimilaste bien los conceptos cuando recibistes el envío de esas gustosas truchas. No luches en vano, porque acabarás guisando de nuevo para nosotros,lo que desconozco es si será junto al fuego o sobre el. Un abrazo, Henri.

    ResponderEliminar
  2. ¡Camarada Henri! ¡Qué grata sorpresa! ¿Te tenido que contar esto en la red para que puedas localizarme? Lamento que la organización haya desmerecido tanto. Yo en cambio sé sobre vosotros más de lo que sospecháis. ¿Cuánto? La información es poder, seguridad, camarada, todo a su debido tiempo. Aquellas truchas frescas en la cocina de palacio, tan púlcramente destripadas, tan anónimas, me recordaron dos cosas: la primera, que corre más el galgo que la liebre; la segunda, que el galgo captura a la liebre porque ésta sale a campo abierto. En este caso la liebre conoce todos los pasos y guaridas del galgo... y de su amo. Algo aprendimos en los duros tiempos de Stambul, Praga, Viena… ¿Verdad, camarada Henri?
    Pero no nos pongamos nostálgicos. Aún sé cocinar, no te quepa duda, mejor incluso que antes. Te encantarían mis nuevas recetas, aunque confieso que el goulash sigue siendo mi preferida. Y nunca es tarde para que dos viejos camaradas se reúnan en una velada memorable, ¿no te parece? Por alguna razón la liebre habrá sacado sus largas orejas de la madriguera.
    Salud, camarada Henri.

    ResponderEliminar
  3. Cuidado Henri,todavia guarda el frasco del veneno......

    ResponderEliminar
  4. Oh, el veneno, el veneno… Hace un par de años fue utilizado en Varsovia, en un inolvidable y casual encuentro gracias al cual duermo más tranquilo. El camarada Henri sabe de qué hablo. Del veneno destinado al presidente sólo guardo la dosis justa que me garantice un dulce trance al otro lado, si es que llega el caso. Sí conservo el libro del camarada Mijaíl Alexándrovich, con su hueco en el centro, sobre la mesilla de noche. Me ayuda a no olvidarme de quien no debo.
    De todas formas, hace usted bien en desconfiar. Ya decía el tirano de Napoleón que en la vida no salva la fe, sino la desconfianza, aunque él mismo muriera envenenado, según los últimos estudios. Todo el mundo baja la guardia en algún momento, ya ve.

    ResponderEliminar
  5. El camarada Zoska, anda mucho más inquieto que yo, y te puedo asegurar que no olvida fácilmente nuestro juramento en Treblinka. ¿Conoces la lealtad, Lamara? ¿Conoces su significado? Se sinceramente, que se trataba de una época en la nos refugiamos los unos con los otros para salir con vida de aquél infierno, pero sin embargo comparto con Zoska esa idea de que te mueves libremente y a tu antojo sin contar con nuestro acuerdo para nada, ganando impunemente botines que antes eran para los tres.

    Sin acritud he de decirte, que aún estás a tiempo de rectificar y de llegar a un acuerdo con tus camaradas de siempre. Te puedo asegurar que si trabajamos en conjunto, como hacíamos antaño, nos veremos todos beneficiados. No lo dudes, yo hablaré también con Zoska y seguro que reconsiderará su postura.

    No le des más vuelta, camarada, y vuelve a brindar con Vodka y a compartir los burdeles de Grushenka en Moscú con nosotros, porqué ya no quedan camaradas deseosos de formar revolución como nosotros, hagámoslo unidos.
    Salud, camarada Lamara.

    ResponderEliminar
  6. Ay, Henri, camarada… La lealtad, la revolución... ¿Dónde ha quedado todo? ¿En qué nos hemos convertido? Sé que el camarada Zoska está inquieto. Razones tiene para estarlo. Le pisan los talones, como a ti y como a mí, los servicios secretos de medio mundo, aquéllos a los que combatimos en el pasado, a los que tanto daño hicimos, a los que tanta información robamos. Ésos no están inquietos, simplemente no olvidan. La CIA, el MOSSAD, el MI 15, la BND, el DGSE… y hasta el SIS portugués y el CESID español, que ya es decir. También algunos mercenarios al servicio de ciertos millonarios que tampoco olvidan la sangre de los suyos. No dormirán tranquilos hasta vernos muertos… o hasta que les demos lo que quieren. ¿Y qué quieren? Piénsalo por un momento.
    Ay, Zoska… ¿Sigue llevando el 38 en la caña de su bota derecha? Hace apenas un mes, en la plaza Sveta Nedelia, en Sofía, a la salida del metro, tuve que neutralizar a un agente de la STASI que, pensé, a punto estuvo de liquidarlo. Ya me conoces, todo muy discreto. Nada de disparos. Un certero navajazo por debajo de la quinta costilla. Zoska ni siquiera lo había descubierto. ¿O sí? Pero ¿por qué los búlgaros seguían a Zoska? El agente de la STASI, ¿iba a matar a Zoska o a entrevistarse con él? ¿Qué posee Zoska que pueda interesar a los búlgaros? ¿Su miserable vida? No creo, siempre colaboró con ellos. ¿Entonces, qué? ¿Información? ¿Qué información que nosotros no conociéramos, si en aquellos días éramos un equipo? ¿Secretos? Nosotros no teníamos secretos… ¿O sí, camarada Henri? ¿Hay algo que yo deba saber y no sepa? ¿Alguien quiere “ganar impunemente botines que antes eran para los tres”? Me formulo tu misma pregunta: “¿Dónde quedó la lealtad?”.
    ¿Por qué razón nos siguen los talones los servicios secretos de medio mundo? ¿Tanto valen nuestras vidas? ¿A tanto llega el rencor? Piénsalo antes de evocar los buenos ratos vividos en los bajos fondos de Grushenka, donde por cierto, no pienso volver. ¿Dices que vas a hablar con Zoska? Procura hacerlo en un sitio público y con tu 38 a mano. ¿Comprendes ahora por qué la liebre asomó las orejas de su madriguera? Salud, camarada Henri.

    ResponderEliminar
  7. No me extraña que Zoska este inquieto,si su propio camarada Henri,le tiene que preguntar por el significado de la palabra LEALTAD.

    ResponderEliminar
  8. me parece muy entretenido el relato, aunque me pierdo un poquitito. sois dos genios de lo mas chevere

    ResponderEliminar
  9. Camarada, Lamara, presta mucha atención a las páginas de anunciantes de la Gaceta Polska del día de ayer, me ha parecido descifrar un anuncio al más puro estilo del camarada Zoska. Desde tu última carta no dejo de darle vueltas a la cabeza y puede que lleves razón en cuánto al comportamiento dudoso de nuestro camarada.

    Hace tres días, tras recibir tu contestación, fui a visitarlo sin previo aviso y me recibió algo contrariado, me dijo que estaba realizando ciertos experimentos en su laboratorio, y prácticamente tuve que obligarlo a que me dejara revisar sus trabajos. De sobra conoces los lazos fraternos que me han unido siempre a él, pero no sé si sugestionado por tus noticias, me tope con una actitud recelosa y demasiado fría hacia mí.

    Bajamos a regañadientes a su escondite, y me indicó imperativamente que si quería mirar que mirase, pero que lo molestase bajo ningún concepto. A continuación, sin piedad alguna sometió a unos indefensos gatos a la ingestión de diferentes tipos de ácidos, para comprobar la reacción que provocaba en sus cuerpos. Lo observaba sin conocer a la persona que tenía frente a mí, él reía a carcajadas con el sufrimiento de aquellos felinos y me hacía indicaciones de lo sugestivo que se le antojaban aquellos mejunjes para aplicarlos contra el enemigo. Acerté a descubrir en sus ojos el sadismo más extremo al que podía llegar el ser humano, ante mis solícitos ruegos de que no continuara con dichos experimentos en mi presencia, opto por apretar sus cuellos, uno por uno, terminando con sus vidas y mofándose de mí.

    Quiero que comprendas que antes éramos un triunvirato inmiscuido en una lucha única, pero en la actualidad he de decirte que no me puedo fiar de ninguno de los dos, y a esto tenemos que buscarle una solución o terminaremos por matarnos entre nosotros. César, te ruego que me des un poco de luz, para volver a creer en ti. Salud, camarada Lamara.

    ResponderEliminar
  10. Henri, Henri… Qué ingenuo y confiado puedes ser a veces. Leí el anuncio en la Gaceta Polska: “Se precisa urgentemente cocinero experto para cubrir una vacante imprevista. Imprescindible domine la cocina oriental. Interesados acudir al Restaurante Isats, entre Slivnitsa y Kostinbrod”. Es de Zoska, sin duda. Sabe ya que fui yo quien neutralizó al agente de la STASI en la plaza Sveta Nedelia. Restaurante ISATS. ISATS… Las siglas invertidas de la STASI.
    Que yo sepa, lo más parecido que hay a un restaurante entre Slivnitsa y Kostinbrod es el antiguo burdel de Ekaterina Kuznetsova, conocida internacionalmente como Katia la Sublime. En aquel burdel conocí a Zoska, hace ya de esto muchos años, y fue Katia quien nos presentó. Después de que Zoska eliminara a Katia por aquel turbio asunto de la filtración de secretos búlgaros al MI 15, el burdel se cerró y Zoska desapareció. Yo mismo lo cobijé en mi casa de Zürich durante un año, eso sucedió poco antes de conocernos, Henri, aunque supongo que Zoska te habrá comentado el incidente.
    El burdel de Katia la Sublime lo regenta ahora un tal Vladímir Vinográdov, conocido como Volodia el Químico por su pericia en la elaboración de refinados y discretos venenos que vende a la gentuza de la STASI para sus turbios manejos. Por alguna razón Zoska quiere verse allí conmigo. Después de tantos años parece que la nostalgia puede con el camarada Zoska.
    No me extraña en absoluto que tenga un laboratorio en su propia casa, ni que experimente con gatos e incluso con personas; Volodia el Químico lo hacía en sus viejos tiempos con prisioneros políticos, y si los dos andan encompadrados, mal asunto.
    Pero ¿para qué quiere verme Zoska? ¿Para agradecerme lo de la plaza Sveta Nedelia? ¿Para tenerme localizado a partir de ese momento y, cuando crea oportuno, neutralizarme? Sigo preguntándome qué puede tener Zoska que tanto interesa a los servicios secretos de medio mundo. No creo que sean los venenos de su amigo ni los repugnantes experimentos que hace en su laboratorio. Y pienso además preguntárselo… naturalmente, no en el burdel de Volodia el Químico.

    ResponderEliminar
  11. Ayer, aprovechando la espesa niebla que dominaba el atardecer de la ciudad, fui a husmear un poco a la casa de Zoska. Me intrigaba el asunto de su laboratorio secreto, de modo que oculto en el pequeño parque que hay frente la vivienda, aguardé su salida. Sabía que iría a buscarme sin falta al burdel de Volodia. Si algo tiene el camarada Zoska es que es previsible. Abrí la puerta sin dificultad, ya me conoces, y registré a fondo la casa. En el hueco de la escalera, disimulada tras una librería, tiene la entrada al laboratorio. Bajé. Es como tú lo describes: ciertamente tenebroso.
    Dentro de una falsa nevera, bajo una de las mesas, guarda una caja fuerte. Sé que Volodia ideó venenos mortales capaces de matar a cualquiera al contacto con la piel. Sin duda Zoska habría impregnado la cerradura por si algún extraño intentaba hallar la combinación numérica, de modo que busqué unos guantes de látex en el laboratorio y me dispuse a abrirla. Cuando ya tenía los dedos en la rueda, dispuesto a probar algunas previsibles combinaciones usadas por Zoska anteriormente, caí en la cuenta. ¿Estallaría algún explosivo externo si por casualidad erraba al tercer intento consecutivo? Decidí no probar. Zoska era así de precavido. Era mejor esperarlo. No tardaría en llegar. Al no verme en el burdel de Volodia, seguramente concluiría que en ese momento estaba en su casa, como así era. Subí las escaleras y volví a poner la falsa librería en su sitio. Volví a bajar y aguardé en la semioscuridad del laboratorio, oculto tras la puerta.
    A la media hora escuché ruido en la planta superior. Era Zoska, sin duda. Tardó en bajar, de modo que registraría la casa concienzudamente. Abrió la puerta del laboratorio con suavidad, como intentando no hacer ruido, esperando sorprender a alguien, pero yo estaba detrás. Entonces le apunté a la cabeza con mi vieja Luger; ya sabes, Henri, que para ciertas cosas soy un romántico.
    -Buenas noches, camarada –le susurré en voz baja, procurando echarle el aliento en el oído-, disculpa por haber faltado a la cita, el burdel de Volodia me trae recuerdos inolvidables de Ekaterina Kuznetsova. Ya sabes que la nostalgia me puede.
    Se quedó paralizado de terror. Estaba a mi merced. Ni siquiera intentó volver la cabeza.
    -También te puede la vanidad –contestó intentando aparentar calma-, aún recuerdo que por vanidad estropeaste aquella operación del presidente –echó a andar muy despacio, ya repuesto de la sorpresa. Lo seguí, apuntándole con la pistola-, tres años de trabajo intenso tirados a la alcantarilla. Y también te puede el miedo. Dos truchas destripadas fueron suficientes para ponerte en fuga.
    No le respondí.
    -¿Desde cuándo eres veterinario, camarada? –Le pregunté irónico, señalando con el dedo los cadáveres de los gatos que viste ayer- Me enternece tu devoción a la ciencia.
    Entonces se giró lentamente y me dieron escalofríos. Llevabas razón, Henri, está loco. Sé reconocer la mirada de un psicópata donde quiera que la vea. Luego rió a carcajadas, entre temblores incontrolables, como si estuviera poseído por el Diablo. Yo apuntándole con la Luger y él riendo a carcajadas. Cuando al fin se calmó, ataqué de nuevo.
    -¿Por qué no abres la nevera, Zoska? –le dije-, me apetece una cerveza fría, como en los viejos tiempos.
    Zoska se acercó lentamente a la nevera. Yo lo seguía con la Luger, a prudente distancia para abortar un ataque imprevisto, ya sabes que siempre fue una serpiente. Abrió la puerta y mostró la caja fuerte, cerrada, probablemente envenenada.
    -Vaya –le dije-, ¿son tus cervezas de oro, Zoska?
    Y ahora tengo que dejarte, camarada Henri. Ando aquí escribiéndote y oigo ruidos en la buhardilla. El perro no ha ladrado. Después de lo ocurrido ayer tarde, me espero lo peor. Luego continuaré contándote mi encuentro con Zoska. Salud.

    ResponderEliminar
  12. Camarada, Lamara, tengo el corazón en un puño desde que leí ayer tu carta. ¿Te encuentras bien? ¿Por qué este silencio, que no termina de narrarme tú encuentro con, Zoska? La verdad es que me estoy temiendo lo peor de lo peor, porque ayer hice la operación inversa a la tuya y me personé completamente disfrazado en el Volodia, mientras tomaba un trago en su pegajosa barra, vi llegar a nuestro camarada muy desaliñado y con barbas de varios días, me giré por miedo a ser descubierto y observé su comportamiento a través de viejo espejo de smirnoff, que está colgado junto a la repisa de los vasos.
    Como loco, se tomó dos copas de vodka de golpe y anduvo magreando a las chicas que se le acercaban con una violencia misógina, que provocó la intervención de los gorilas del burdel. No contentó con éste indigno comportamiento, amenazó a aquellos delincuentes con una navaja automática, y si no es por la intervención de Ekaterina que salió a su paso, lo despachan allí mismo.
    No se qué conversación mantendrían ambos, pero Zoska dio una patada a uno de los taburetes de la barra, que vino a estrellarse contra una mesa cuyos clientes también tuvieron que ser frenados por tu madame. A continuación se dirigió a la calle blasfemando, y en mi intento de averiguar a donde se dirigía descubrí como trapicheaba con uno de los vendedores de drogas que había apostado en la puerta de aquél antro. Sospecho que a continuación marcharía hacia su casa y fue cuando tú lo pillaste. Contesta pronto. Salud, camarada Lamara.

    ResponderEliminar
  13. Ay, Henri, cuántos recuerdos me evoca Ekaterina. Sin duda la que viste en el burdel es su hija. De haber sabido que estaba aquella tarde frente al asesino de su madre, Katia la Sublime, sin duda hubiera liquidado a Zoska allí mismo en vez de salvarle la vida. Ya te contaré algún día mi historia y la de Katia, veo que el camarada te la ha ocultado como otras muchas.
    Aquella tarde, en su laboratorio, justo cuando estaba a punto de abrir la nevera donde sin duda guarda lo que buscan los servicios secretos de medio mundo, se oyó un ruido en la puerta. En ese momento, Zoska, emulando a uno de sus desgraciados gatos, saltó hacia la izquierda y encendió las luces del laboratorio. Todo ocurrió en fracciones de segundo. La estancia se iluminó completamente. Sonaron disparos. Instintivamente me agaché mientras disparaba contra las luces del techo. Volvió a hacerse la oscuridad, más intensa incluso que antes. Oscuridad total. A mi espalda volvieron a disparar. El olor a pólvora inundó el laboratorio y los cristales rotos de las ampolletas saltaron a mi rostro. Sin duda iban contra mí. Disparé a ciegas y me arrastré bajo una mesa. Volví a cargar la Luger. De pronto se hizo un silencio profundo roto tan sólo por las desquiciadas carcajadas de Zoska, oculto también en algún ignoto rincón de la estancia.
    Entonces tomé una ampolleta y la arrojé a lo lejos. Al chocar contra la pared volvieron a sonar los disparos. Al momento localicé la posición de mis atacantes por los fogonazos de sus pistolas. Disparé la Luger varias veces en esa dirección y oí un grito. Había dado en el blanco. Las carcajadas de Zoska arreciaban. Sentí escalofríos. Arrastrándome como una culebra llegué hasta la puerta del laboratorio. Subí las escaleras disparando hacia mi espalda, pero arriba me aguardaba alguien que al momento identifiqué como un agente de la STASI, otro de los amigos del camarada Zoska. Me apuntaba con una pistola, la mía no tenía munición. Me miraba fijamente con una sonrisa fría, burlona, satisfactoria. Creyó que estaba en sus manos. Ya sabes que los de la STASI también son previsibles. Levanté las manos y arrojé mi arma a sus pies. Al caer al suelo cometió el error de bajar la mirada; cuando volvió a levantarla ya tenía mi cuchillo clavado en la garganta. Aterrorizado, disparó sin blanco fijo hasta caer al suelo en un charco de sangre. Una de las balas me alcanzó en el antebrazo.
    Salí de la casa y huí entre la niebla buscando el parque. Desde la puerta, Zoska, riendo como un poseso, disparó las seis balas de su 38 sin alcanzarme. Volví a mi casa, curé mis heridas como pude y me dispuse a escribirte este correo, pero antes de media hora oí ruidos en el piso superior. El perro no había ladrado, de modo que tenía ya la seguridad de que la STASI me había localizado. Herido como estaba, no lo pensé. Envié tu correo y disparé tres veces contra el portátil; la Luger, como sabes, es destructiva. Luego arrojé lo que quedaba del ordenador a la chimenea y me oculté tras la puerta.
    Como era previsible, al oír mis disparos, los que estaban en el piso superior bajaron. Al ver la puerta entreabierta irrumpieron en la estancia con las armas en la mano, como locos, pero yo estaba detrás. Nunca me ha gustado neutralizar a nadie por la espada, ya lo sabes, pero lo hice. Dos certeros disparos en la nuca. Problema resuelto, al menos temporalmente. Con el esfuerzo, mi herida volvió a sangrar. Volví a curarme como pude, reuní mi ropa y mis documentos en una maleta y salí de allí.
    Este correo lo escribo desde mi casa, en este apartado pueblo de España donde he llegado después de tres días, en medio de la fiebre y del miedo a ser atrapado en alguna frontera, pues todos los documentos de que dispongo son falsos y las medidas de seguridad en los aeropuertos cada vez mayores. Aquí en España paso, no por cocinero, sino por un escritor discreto, uno de esos pacíficos personajes unidos al mundo insustancial de la cultura al que sabes que desprecio, pero que resulta útil a la hora de aparentar ser un sujeto gris, inofensivo y apacible.
    Aún no sé cómo has conseguido localizarme con tanta rapidez y seguirme hasta este pueblo, y me alegro de que hayas mejorado tu capacidad operativa, lo cual me intranquiliza; no por ti, camarada, sino por Zoska. Si tú lo has hecho, él también puede hacerlo. Ayer tarde, en la presentación de uno de mis libros, te distinguí entre el público: comedido, silencioso, inadvertido, impecable como siempre. La camarada Lola, quien me cubre las espaldas aquí en España aparentando ser mi agente literaria y a la que conoces de sobra, también lo hizo. Durante la presentación, mientras yo hablaba, sentada a mi derecha, me miraba de soslayo, nerviosa, preguntándose si me había percatado de tu presencia. Al término del acto, mientras firmaba algunos ejemplares de mi libro, desapareciste. Lola también. Tal vez debido a la sugestión creí ver a Zoska entre el público, y un sujeto que me pareció un antiguo agente del KGB me solicitó un ejemplar firmado. Justo al abrir el libro me susurró en el oído con aceoto caucásico: “Caracteriza usted muy bien a sus personajes, es usted un maestro. Las cosas de verdadero valor siempre están en los libros”. Luego desapareció sin llevarse el ejemplar.
    El suceso me dejó intranquilo durante toda la noche. Aún siguen tras nosotros por algo valioso que Zoska tiene y piensan que nosotros lo sabemos, que aún seguimos siendo un equipo. Guárdate las espaldas. Salud, camarada.

    ResponderEliminar
  14. Felicidades Lamara,por la presentación de tu libro,espero que tengas muchas mas.

    Ojala pronto podamos asistir a la de un gran amigo tuyo y mio.Hechale una mano en todo lo que puedas por favor El se lo merece.

    GRACIAS Y FELICIDADES OTRA VEZ!!!!!!!

    ResponderEliminar
  15. Camarada, tú siempre has tenido esa habilidad especial para manejarte con la KGB sin llamar la atención, pero en cambio yo no guardo buenos recuerdos de ellos en las pocas ocasiones que he coincidido con alguno de sus miembros. Este es el motivo por el que desaparecimos la camarada Lola y yo de la presentación de tu libro, ¿No lo recuerdas? El ruso, que se te acercó era Ivanov Kersakov, aquel asesino que dirigió las operaciones en contra de la presidencia Serbia, allá por los ochenta, si me llega a reconocer no estoy vivo ahora mismo, te lo puedo asegurar. Quiero que sepas que aún continúo muy cerca de ti y que no creo que el camarada Zoska nos tenga localizado.
    Me hospedo en un pequeño hotel, que hay a las afueras de tu nuevo municipio y pronto espero que me visites. Parecen gente maja tanto el personal del establecimiento como sus dueños, aunque, no se porqué, no termino de fiarme de su director, un tal Tomás Prieto, te aseguro que ese hombre esconde algo camarada ¿sabrías decirme algo acerca de él? , me da tufo de que sabe más de lo que aparenta saber, y ya sabes que esta zona de Andalucía ha escondido históricamente a muchos miembros jubilados o exiliados de nuestro particular mundo.
    Pásame información en cuánto puedas sobre éste sujeto y si tienes ocasión busca un lugar tranquilo donde realizar nuestro encuentro y charlar detenidamente de nuestro posible operativo para hacernos con el secreto de Zoska. Salud.

    ResponderEliminar
  16. Yo tambien quiero informacion de ese sujeto,tampoco me fio de el...

    ResponderEliminar
  17. Querido Henri:

    Anoche localicé a Kersakov en una fonda del pueblo. A los del KGB les encantan los antros, y mientras más sórdidos mejor. Lleva un Renault familiar con muestras de calzado, te lo aviso por si lo ves en las inmediaciones de tu trabajo. Cenaba apaciblemente cuando de improviso me senté a su lado.

    -Olvidaste mi libro –le dije-, puede ser de utilidad para un viajante de calzado.

    -Moda italiana, ya sabes –contestó irónico mientras me servía una copa de vino-, como podrás comprobar, te esperaba, César. César… -miró hacia el techo, sarcástico- Lamara, eso, Lamara, sí, el cocinero… Ah, no, disculpa, el escritor.

    Tomé la copa y bebí. No estaba de humor para seguir su juego.

    -¿Ahora trabajas para los italianos, Kersakov? ¿En tan poco han valorado tu currículum los viejos camaradas? –le pregunté.

    -Oh, bueno… cosas de la Perestroika, ya sabes –contestó lacónico-, y el SISMI paga mejor… ya sabes, corren tiempos convulsos.

    Guardó silencio y volvió a servirse más vino.

    -Ya, -le dije-, al-Qaeda.

    Llamó al camarero y le indicó con el dedo que pusiera sobre la mesa más de lo mismo. A esa hora reinaba en el local un ambiente turbio, viscoso, reservado. El humo del tabaco se arrullaba en torno a las lámparas del techo como la niebla se acuna en la luz de las linternas.

    -Ya sabes -contestó pausadamente mirándome a los ojos-, al-Qaeda y otras cosas… ya sabes.

    -Por cierto –pregunté a bocajarro-, ¿a quién buscas en este apartado pueblo de España?

    -Ya sabes… -dijo sarcástico, arqueando lentamente las cejas. Aquella coletilla ya empezaba a ponerme nervioso-, ¿a quién podría buscar? Tal vez a ti, tal vez a esa rata de Henri, quizás al loco de Zoska… quizás a ninguno de los tres… En realidad sólo busco algo que tú tienes y que no puede caer en manos de los árabes. Algo muy valioso… Ya sabes… una verdadera fortuna... Pero tú conoces ya el precio, ¿verdad, Lamara?

    Hay momentos en los que el silencio puede ser más valioso que un arma en un momento desesperado. Éste era uno de esos momentos. Preferí dejarlo con la duda. Callé. Lo seguí mirando fijamente a los ojos, casi desafiante, y apuré la copa de vino. Encendí un cigarro y proyecté el humo sobre su rostro.

    -El compuesto de Zoska y Volodia, por mucho que valga para al-Qaeda, más vale para occidente. Piénsalo… Ya sabes, tú pones el precio –dijo, soltando un billete de cincuenta euros sobre la mesa y se levantó. Al llegar a la puerta, inesperadamente, se volvió, se acercó y me habló al oído-, y más vale tu vida, Lamara, aunque tu conciencia no valga nada, ya sabes… Si tengo que cortarte a trozos para que sueltes lo que busco, lo haré, ya sabes. –cogió el billete de cincuenta euros y se lo volvió a guardar- Tú invitas. Nos veremos.

    Luego abandonó el local, subió al Renault y se perdió en la noche. Así que tenemos un problema: el loco de Zoska anda suelto con un compuesto mortal que venderá a los árabes en cuanto consiga despistar a los sabuesos, y los árabes se lo comprarán, naturalmente. Pero medio mundo piensa que lo tenemos nosotros. Y cuando digo “nosotros” digo tú y yo, camarada Henri. Ya nos vale dar cuanto antes con ese loco, aunque si Zoska sabe que lo busco no estará tranquilo, probablemente me buscará él a mí. Pensará que quiero compartir los beneficios, y… tal vez lleve razón. Ahí lo esperaré. Sólo es cuestión de dejarse ver un poco.

    Cuando Kersakov se marchó, subí andando hasta el hotel donde te hospedas. Ciertamente acogedor. Al contrario de los rusos, siempre tuviste un gusto exquisito para los alojamientos.

    Conocí al tal Tomás Prieto. Estaba solo, bebiendo whisky en la barra. Tuve la sensación de que esperaba a alguien, si no a mí, a otro, pero a alguien esperaba, tengo un sexto sentido para estas cosas.

    Y llevas razón, no me pareció trigo limpio. Es más, no lo es en absoluto. No quiso entrar en conversación conmigo, como si mi presencia le molestara, y al momento se puso tras la barra.

    Aún no había apurado mi copa cuando apagó las luces de la estancia, dejándola en penumbra, con la sola iluminación de los pequeños focos angulares, como si quisiera cerrar el bar.
    Antes de marcharme aparenté ir al servicio. Sobre el mostrador de recepción había un ordenador encendido, pero era demasiado peligroso acercarse a él: el tal Tomás Prieto me observaba tras las vidrieras; pero en la esquina del mostrador, junto al pasillo, había un móvil. Al salir, disimuladamente, ya me conoces, me hice con él.

    De vuelta a casa lo escudriñé a fondo. Era el suyo. Había múltiples llamadas al Reino Unido y a Canadá, también a EE.UU. Varios números se repetían con insistencia. Llamadas recibidas, llamadas enviadas, llamadas perdidas… ¿Puede ser el tal Prieto un agente del MI 15 o de la misma CIA? Por si acaso, guárdate de él. Este asunto cada vez pinta peor. El tal Prieto tiene toda la pinta de ser una alimaña, uno de los peores sabuesos de la jauría que nos pisa los talones. Debemos hallar a Zoska antes que ellos y ellos quieren hallarlo antes que los árabes, quienes sin duda se estarán impacientando. Salud, camarada.

    ResponderEliminar
  18. Camarada, he justificado la prolongación de mi estancia en el hotel para una buena temporada por motivos laborales, el tal Prieto, pareció demostrar cierto interés en que me quedase y hasta llegó a ofertarme una buena tarifa que teóricamente pudiese pagar un simple trabajador. He contactado con nuestros infiltrados en la CIA y me han confirmado que debemos tener mucho cuidado con el elegante director, al parecer es un testigo protegido del sistema estadounidense, pero no saben argumentar por que motivo lo esconden en este apartado lugar.
    No obstante, Lamara, te rogaría ahora que intentases alejarte un poco de mí y disimular cuándo tengamos ocasión de encontrarnos en cualquier lugar, ya que no deseo tirar por la borda los avances que estamos consiguiendo. Quiero que tengamos lo suficientemente claro que debemos estar preparado para interceptar a Zoska en cuanto asome la gaita por estos lares. ¿Entendido?
    Ya sabes porque te digo esto. Estoy haciendo amigos en esta población a través de este dichoso hotel para pasar completamente desapercibido y me pareció absurda la reacción que tuviste el pasado viernes, al actuar como un necio principiante al verme. Cíñete a tus labores de escritor laureado, que lo haces muy bien, y no te inmiscuyas de momento en mis quehaceres. Ya habrá ocasión de todo, lo que faltaba es que el estúpido director creyera que venimos a por él.
    Nada más, camarada, espero que esta sea nuestra única vía de comunicación. Si me vuelvo a encontrar de nuevo contigo, ten la seguridad de que te tratare como a un autentico desconocido. Salud.

    ResponderEliminar
  19. Camarada Henri,a la espera de nuevas novedades,permanecere atenta a Cesar Lamara.
    Salud.

    ResponderEliminar
  20. Estimado Henri:

    Creo que el tal Tomás Prieto es algo más que un testigo protegido. Anoche mismo fui a por Kersakov. No podía correr el riesgo de que un imbécil que no pasa de ser un matón a sueldo de los italianos se interponga entre Zoska y yo, de modo que fui a la pensión donde se aloja. Le dije que ignoraba todo lo relativo a los compuestos químicos de Zoska y a su relación con los árabes, que no quería saber nada de ese turbio asunto de al-Qaeda y que por alguna extraña razón Zoska estaba en el pueblo y quería verme.

    -Me ha citado al amanecer en el parque –le dije lentamente, mirándolo a los ojos, proyectando el humo de mi cigarro en su rostro-, sin duda está tan acosado que este asunto lo desborda. Los años restan facultades –apagué el cigarro en el cenicero y me apoyé en la mesa, levantándome-, tal vez la lengua se le suelte si lo ayudamos entre los dos.

    Kersakov esbozó una sonrisa maligna, cínica. Por un momento pensé que sospechaba mi maniobra.

    -Si sólo espera a uno, el otro puede sorprenderlo, ya sabes –respondió precipitadamente, algo nervioso, con la inquietud de un lobo hambriento que olfatea la presa-, después lo trasladamos en mi coche a un lugar más tranquilo, ya sabes… un lugar donde tener una apacible charla –la sonrisa cínica se transformó en una carcajada-, seguro que tiene muchas cosas que contarnos.

    -Bien -le contesté secamente-, entonces nos vemos en el parque al amanecer. La traición es el último recurso –agregué-, pero es una cuestión de supervivencia. Ese loco me está complicando la vida más de lo debido. No quiero tonterías con terroristas.

    Luego abandoné aquel antro maloliente y desde la puerta lo vi, al otro lado de la calle, en un Nissan negro. A tu amigo Prieto. ¿Por qué me andará siguiendo? Ya lo averiguaré.

    Como ya habrás imaginado, Zoska no estaba en el parque, ni mucho menos. Sólo estaba yo, esperando a kersakov en el neblinoso amanecer de un jardín discreto, propicio para que un delincuente común apuñale y robe a un triste representante de zapatos italianos.

    Lo aguardé agazapado tras la enorme cancela verde del parque. Desde niño me ha encantado ocultarme tras las puertas y tengo que reconocer que ese insignificante capricho me ha sido muy útil a lo largo de mi carrera.

    Y llegó. En una mano llevaba un maletín y en la otra seguramente un arma, oculta en el bolsillo de su zarrapastrosa y mugrienta gabardina. Al momento salté sobré él veloz, sigiloso como una pantera al amanecer. Puse mi navaja en su garganta. Sin duda pensó que era Zoska.

    -Buenos días, Ivanov –le susurré al oído, echando el aliento en su rostro-, Ivanov… Ivanov Kersakov, eso, Kersakov, el zapatero… Ah, no, disculpa, el agente del KGB, el artífice del golpe a la presidencia serbia… Sí, ya recuerdo –un sudor frío corría por su garganta y se me pegaba a los dedos. Empezó a respirar con dificultad, aterrorizado como un cordero indefenso ante un lobo- la víctima de la Perestroika, el que ahora trabaja para el SISMI, el que me iba a cortar a trocitos, ya sabes.

    Con el filo de mi navaja en la garganta le costaba trabajo hablar. A pesar de ello lo hizo.

    -Eres una rata, Lamara –dijo-, una rata de la peor especie.

    Fueron sus últimas palabras. Rápidamente le clavé el arma en la espalda a la altura del corazón, como hubiera hecho un delincuente común. Varias veces. Cuando dejó de retorcerse en el suelo saqué la pistola del bolsillo de su gabardina, cogí su maletín y huí. A esa hora el parque estaba desierto. Al cruzar la avenida volví a ver el coche del tal Prieto. De nuevo siguiéndome. ¿Testigo protegido, dices?

    Ya en mi casa rompí la cerradura del maletín de Kersakov. Guardaba documentación sobre Zoska, datos que yo desconocía. Ese loco, seguramente con ayuda de su amigo Volodia, ha desarrollado un virus letal, parecido a una gripe incurable, capaz de desatar una pandemia mortífera en pocas horas allí donde caiga.

    Al parecer, el virus tiene la “ventaja” de autodestruirse progresivamente en varios días, pero quien lo contrae muere antes de las doce horas. Su capacidad de autodestrucción impide que la pandemia se extienda rápidamente y de forma incontrolable a territorios vecinos, lo que permitiría ser utilizado, por ejemplo, por países fronterizos en conflicto. Si lo busca al-Qaeda y lo encuentra, sin duda lo utilizará contra Israel o contra cualquier ciudad de occidente. Sería letal donde cayera. Bastaría un maletín con el virus, un pequeño explosivo y un temporizador, colocado en la plaza de una gran ciudad, y en cuarenta y ocho horas las víctimas se contarían por millones. Peor que una bomba atómica. A los dos días, todo rastro desaparecería. No me extraña que los servicios secretos de medio mundo le pisen los talones a Zoska. De Volodia no sabía nada Kersakov, a juzgar por sus papeles; tampoco yo lo vi durante mi estancia en Sofía.

    De quien sí sabe es de ti, Henri, y tanto él como los demás piensan que formamos parte del “negocio” de ese loco. Curiosamente también guardaba fotos del tal Prieto, pero ninguna referencia a él en sus papeles. ¿Un contacto, quizás? Quién sabe.

    Mañana por la mañana parto para Estambul. Según la documentación de Kersakov, es probable que Zoska se encuentre allí, y si está allí, yo sé dónde hallarlo. Ese compuesto vale mucho dinero, pero aún tengo escrúpulos. No dejaré que lo venda a los integristas, si está en mi mano, pero no pierdo de vista la oportunidad de colocarlo a buen precio a servicios secretos de mi confianza. El negocio es el negocio, y dentro de unas normas éticas, todo cabe en él. Ya te mantendré informado. Guárdate del tal Prieto. Salud, camarada.

    ResponderEliminar
  21. Camarada Lamara,
    Tampoco deberías tomarte mis consejos al pie de la letra, una cosa es que no vengas a buscarme y otra bien distinta es que me tengas en ascuas respecto a tu viaje a Estambul, deberías saber que tengo novedades de lo más jugosas respecto a Zoska, el depravado camarada anda jugando al esconder con nosotros y me consta que tiene su guarida en un alojamiento rural muy próximo al Castillo de las Aguzaderas. No se cual son sus intenciones, ni porque no actúa de una puñetera vez, a mi parecer recibe instrucciones de algún pez gordo que se encarga de alimentar a base de bien su mente enferma, y que al unísono contenta de manera sustanciosa a los mandos de la Guardia Civil de la zona. Allí Lamara, no faltan ni las drogas ni un buen puñado de prostitutas que le hagan la vida más llevadera, pero conociendo al camarada no tardará en aburrirse de tan grato servicio.
    En cuanto al tal Prieto, llevas mucha razón en eso de que se aleja de ser un testigo protegido, cómo me habían informado, y de que aún debe estar en activo. He descubierto, a través del registro que he realizado en su ordenador, que se encuentra en contacto con otro agente con sede en Barcelona, que utilizada el seudo de Mari, ¿Qué poca imaginación? , los nombres femeninos ya sabes que se utilizaban en los años sesenta, ¿A quién quieren engañar? , no me fío ni un pelo de la trama que están urdiendo desde la ciudad condal, te mantendré informado.
    A la espera de tus noticias, camarada, Salud.

    ResponderEliminar
  22. Estimado Henri:

    No encontré a Zoska en Estambul. Llevas razón, está jugando con nosotros al gato y al ratón, sin duda acechando el momento de ser él el gato. Pero di con su contacto allí, al que aludían los papeles de Kersakov, un tal Marwan ben Nusair, con pasaporte saudí pero de origen paquistaní. Un mal bicho.

    Lo localicé en los bajos fondos, en Taksim, un lugar por la noche en extremo desagradable, infectado de prostitutas, músicos callejeros, delincuentes comunes, puestos de fritangas… hasta pisos francos de los separatistas kurdos, en fin, el sitio idóneo para una rata como Marwan. Vivía en un ático, en un edificio al final de una callejuela estrecha. Se hacía pasar por tratante de arte. A la tercera noche de estar al acecho, aprovechando que salía, subí al ático y lo esperé allí. Llegó casi al amanecer, como era previsible, borracho y confiado. Lo golpeé en la nuca con la culata de la Luger y perdió el sentido. Cuando se despertó estaba atado y amordazado a una silla.

    De inmediato le pregunté por Zoska, pero no quiso colaborar. Me escupió al rostro. Entonces busqué en el ático y di con unos alicates. Prefiero ahorrarte los detalles, querido Henri, ya sabes que sólo en momentos extremos soy partidario de determinados métodos que, todo hay que decirlo, dan resultado en la mayoría de los casos. Me empleé a fondo con él y terminó largando lo que sabía, que no era poco.

    Al parecer estaba en Estambul aguardando la llegada, no de Zoska, sino de la persona con la que Zoska hará la transacción de la mercancía; en una palabra: al intermediario. Marwan sólo era la persona encargada de hacer llegar el compuesto a su verdadero dueño. ¿Quién? Una célula saudí de al-Qaeda que pagará a Zoska 50 millones de euros por él.

    Los saudíes ya han entregado una parte a ese dinero al intermediario. ¿Y quién es el intermediario? Nada menos que Irma Kersakova, Irma la Escurridiza, a quien sin duda conoces. Actualmente está en Barcelona, donde planea hacer la transacción con Zoska en cuanto éste se libre de mis tenazas, y puede que ya se haya librado a causa de este viaje mío a Estambul.

    Irma la Escurridiza trabaja con otro socio, español, un sujeto sin escrúpulos procedente de los más turbios tugurios del hampa, una serpiente, según palabras del mismo Marwan, un sujeto con un talento innato que ya ha trabajado como intermediario para varias agencias occidentales. ¿Su nombre? Ni siquiera lo imaginas: el tal Tomás Prieto.

    En algún lugar del sur de España, Zoska debía entregar a Prieto el compuesto, quien lo pagaría en efectivo; luego lo haría llegar a la Kersakova y ésta debía dárselo al tal Marwan, al que Alá tenga en su gloria. Ahora ya no tengo dudas: Mari es el nombre alterado de Irma, es natural que la llame así.

    También es natural que Zoska lleve en ese alojamiento rural el tren de vida que lleva. Si los árabes lo han untado ya, es comprensible. Conociendo a ese loco es capaz de morir de excesos antes de entregar el compuesto al tal Prieto, quien lógicamente estará impacientándose. No lo pierdas de vista y guárdate de Irma la Escurridiza. La conocí en Praga en los últimos tiempos de la guerra fría y te puedo asegurar que merece sobradamente su apodo. Es rápida, sigilosa, sorpresiva y nunca deja huellas. Los árabes han sabido encontrar buenos intermediarios. Lo vamos a tener difícil.

    He creído prudente hacer escala en Barcelona, donde estoy ahora, para vigilar de cerca a la Kersakova, por si acaso Prieto culmina favorablemente la transacción en el sur. Sólo hay un problema: parece haber desaparecido de la faz de la Tierra, pero sin embargo está aquí, lo sé.

    Salud, camarada.

    ResponderEliminar
  23. GENIAL!!!!! sabia que aunque me cuesta un poco registrar tanto nombre y tantas siglas,este relato lo tenia que seguir desde el principio.

    Seguir asi,esta de vicio.

    Un abrazo para los dos.

    ResponderEliminar
  24. Camarada Lamara,
    Sé que no debería sorprenderme con la precisión de tus maniobras, pero después de tantos años continúas hecho todo un chaval. Para tu información, he de decirte que ya tengo contrastada todas tus averiguaciones por este rincón del sur y sólo queda fijar el día y la hora en el que dar el zarpazo, así como que decidirnos por Zoska o por Prieto, tú apuestas. A estas alturas de nuestras vidas lo mismo me da ocho que ochenta, por lo que comprenderás que me da exactamente igual matar a esa rata de Zoska, como al astuto director de Hotel. Pero, hay que hacerlo, ¡ya!
    En cuánto a la “escurridiza” claro que la recuerdo, pasé noches muy divertidas con ella durante aquellos viejos negocios en los que introducimos las “berettas” en Portugal, y te puedo asegurar que es igual de cariñosa que de escurridiza, bueno, que me alejo del asunto que estamos tratando. Óyeme, tengo montada guardia cada noche en el castillo de la Aguzaderas, y creo encontrar la oportunidad de adentrarme en la guarida de Zoska sin que Prieto me intercepte, pero quiero tu conformidad para no meter la pata.
    Por cierto, es posible que Irma te esté siguiendo a ti y tú ni lo sepas, ya te he dicho que la conozco muy bien. Si es así déjala llegar hasta aquí que me encargaré personalmente de ella. Sería un placer aclarar un asunto que tenemos pendiente.
    Salud camarada.

    ResponderEliminar
  25. Cada vez tiene más intriga, este relato es muy bueno, Henrry responde para ver a por quien van, tu decides

    ResponderEliminar
  26. Perdona Henri no, Lamara eres tú quien decide..

    ResponderEliminar
  27. Estimado Henri:

    Veo que no pierdes facultades. Me alegro. Yo en cambio parece que las pierdo constantemente, pues aún no he dado en la Ciudad Condal con la amiga de Prieto, la tal Mari o Irma la Escurridiza, aunque el cerco se estrecha. Y seguramente lleves razón e Irma me haya encontrado ya. De todos modos, no puede salir de la ciudad sin que yo la localice, siempre tuve la mano larga, ya me conoces.

    Con Zoska puedes hacer lo que te venga en gana, peor suerte tendría si cayera en mis manos antes que en las tuyas, pero deja que primero entregue el compuesto al tal Prieto y que éste le dé el dinero. No es necesario que te lo recuerde, pero cuando neutralices a esa rata asegúrate de no dejar el dinero detrás. Sólo faltaría que encima saliéramos perjudicados con toda esta historia.

    Y deja a Prieto, deja que llegue a Barcelona y contacte con la Escurridiza. Cuando lo haga, será fácil eliminarlos a los dos y quedarnos también con el compuesto. Puedo asegurarte que vale una fortuna, más de lo que los árabes piensan pagar a Zoska. El Mosad pagaría bien, déjalo de mi cuenta, ya sabes que tengo contactos allí.

    Y no bajes la guardia con el tal Prieto, no te precipites en rebanarle el pescuezo, aunque puede ser que planee engañar a su socia o incluso a Zoska. Entonces, tendrás que improvisar. Salud, camarada.

    ResponderEliminar
  28. Mari, Suggar y los demás. Si tuviera vuestro correo electrónico podría incluiros como clientes en la taberna de Cristófano Buttarelli como hice con Javi.
    Animaos a participar, aunque el vino no es como el que nos ponen en la posada, podemos echar buenos ratos.
    Un abrazo a todos.

    ResponderEliminar
  29. Cesar,utiliza tus contactos ellos te lo pueden facilitar,y yo encantada de que lo tengas para cualquier cosa que necesites.

    Un abrazo...

    ResponderEliminar
  30. Cesar,pasate por tu libro de visitas,haí tienes
    mi correo electronico.

    Gracias.

    ResponderEliminar
  31. Me tenéis frita con el parón de este relato,por favor hacer un pensamiento y poneros las pilas este fin de semana,vosotros mismos o arrancáis o le encargo a la escurridiza que os meta un virus en el ordenador,bueno un virus no que me fastidio yo,ya pensare algo.

    ¿¿No os dais cuenta que creais adicción??,mira que os gusta que ande suplicando eh!!!!!!

    Bueno,espero consegir algo.
    porfi,porfi,porfi...

    ResponderEliminar
  32. ¿Qué hay, camarada? ¿Sorprendido? , aunque dudo que cuándo abras esta carta estés aún con vida, porque según mis planes si no lo has hecho estás a punto de hacerlo. Quiero que sepas que sentirás en tus propias tripas el escozor que jamás llegó a sentir el Presidente por tu egocentrismo y vanidad, se te abrirán por dentro las entrañas hasta que viertan el veneno por el resto de tu cuerpo. ¡En qué pensabas insensato!
    Terminé con Zoska una vez que me entregó el dinero, a continuación despaché en mi hotel a ese inútil de Henry, en el que aún confiabas. ¿Y ahora?
    Ahora la camarera del Hotel donde te alojas, que no era otra que mi amiga la Escurridiza, te acaba de servir unas gotas de ese compuesto que tanto codiciabas tener. En vuestro intercambio de misivas dejasteis todo un hilo conductor para llegar hasta ustedes y aprovecharme de los contactos que habíais mantenido con el Mosad. Cuándo termine de hacer mi entrega esta tarde tan solo me quedaran dos cositas que hacer, la primera llevar unas flores a tu funeral y la segunda gozar de unas buenas vacaciones bien pagadas en compañía de mi querida Irma.
    ¡Púdrete en el infierno, camarada!
    Fdo.
    Tomás Prieto

    ResponderEliminar
  33. Tengo que reconocer,que tenerte paciencia siempre vale la pena...

    GRACIAS!!!!

    ResponderEliminar
  34. (CORREO ELECTRÓNICO A TOMÁS PRIETO. VUELO BARCELONA-STAMBUL. 23:49 H.)

    “Es verdad que veo doble, Tomás Prieto, pero por efecto del whisky de doce años que estoy tomando a tu salud. ¿En serio me creías tan tonto? ¿De verdad creíste que conté a Henri toda la verdad? ¿Iba a arriesgarme a beber nada de un desconocido sin antes tomar un antídoto? Lo que no conté a Henri es que aquella noche, en la casa de Zoska, que en paz descanse, hallé el antídoto contra su siniestra fórmula. Lo primero que hice fue beberla.

    Y ¿en serio creías que iba yo a bajar la guardia tan estúpidamente? Por cierto, no harás la entrega esta tarde, lamento decírtelo. Tu querida camarera lleva en la maleta un artefacto que ni siquiera imagina. No te molestes en intentar nada, estallará justo a las 24:00 H.

    Gracias por librarme de la molesta presencia de Henri y de Zoska. Siempre fueron un estorbo. Salud, camarada, buen viaje de placer al infierno.

    P.D.: Esta noche el mundo entero lamentará que esta gente de al-Qaeda siga en su línea de atentar contra vuelos civiles. Una lástima.”

    Lamara.

    ResponderEliminar
  35. En mi es dificil,pero me dejas muda,me he quedado muda....GENIAL !!!!! nuestro amigo,tiene razón un Maestro si señor...

    ResponderEliminar