lunes, 23 de febrero de 2009



EL BUQUE FANTASMA



Tenía el don inefable de los deseos. Aparecía y desaparecía como el capricho de un niño, se adhería a los pliegues de la fantasía con la facilidad de una bruma, y durante dos años largos estuvo a punto de enloquecer a toda la tripulación del capitán John W. Hawker. Lo mismo se dejaba ver en los mares de la China que frente a las costas de Méjico, en el centro del mar Mediterráneo o en cualquier playa del Caribe, con un pabellón desconocido cuyos colores eran motivo de porfía, apuestas y pesadillas. Nunca lograron verlo más de dos hombres a la vez, lo cual acentuaba la discordia y elevaba el precio de las apuestas. A veces se acercaba tanto a El Bergante, que un marinero amaneció muerto de espanto y otro enmudeció fulminantemente sin que el botín, las mujeres o la nostalgia fueran capaces de restituirle la palabra.

El conflicto llegó a tal extremo que el capitán John W. Hawker, abochorna­do de su propia tripulación, prohibió tajantemente contar cuentos de terror a la luz de la luna, hablar de fantasmas en la intimidad de los pañoles y beber ron a partir de las once. A la hora del almuerzo sustituyó el vino por leche para avergonzar a sus hombres, y muchas noches paseaba por cubierta, entonando canciones de cuna, llamando a gritos al barco del Diablo, desafiándolo a un duelo mortal, mientras los más aguerridos piratas de todos los mares temblaban de miedo en la precariedad de los cois, y se orinaban en los pantalones de puro terror.

- ¿Dónde te escondes, Satanás? -gritaba el pirata Hawker, haciendo retumbar en cubierta su pierna de palo-, ven a tocar con tus cuernos los bigotes temblorosos de las doncellas que duermen en este barco.

Y reía a carcajadas.

- Pero ten cuidado -decía-, ven acompañado de Belcebú, Mefistófeles, Lucifer, Leviatán, Luzbel, Hermes, Belial y toda la camarilla de galopines cagones que tengas escondidos en la sentina de tu apestosa barcaza, hace falta mucha gentuza para bajar los pantalones del capitán John W. Hawker.

Y así una vez y otra, en medio de la oscuridad y del viento, hasta que sus hombres le suplicaban desde abajo que callase de una vez o los matara a sablazos. Luego bajaba a su camarote, bebía ron hasta hartarse y reía hasta el amanecer, contándole al loro Gordon chistes de niñas asustadizas. Pero una noche, frente a las costas de Madagascar, un marinero portugués llamó a la puerta bañado en sudor diciendo que el buque del Diablo quería abordar a El Bergante por el lado de estribor.

John W. Hawker apartó al marinero de un manotazo, subió por las escalas arrastrando su pierna de madera, y cuando llegó a cubierta el alma le dio un vuelco de satisfacción. Allí estaba el buque de la discordia, plantado frente a su barco, bambaleándose en las aguas de la noche como una pesadilla, con las tapas de las troneras levantadas en posición de combate. La vela mayor presentaba girones y agujeros de bala, y el juanete mayor apenas era un trapo sucio, descuidado y triste, como si la nave jamás hubiera tenido gavieros. El castillo de proa mugriento, los calzos de los botes podridos y las tablas del casco invadidas por algas y moluscos. La luna se perfilaba redonda tras el pabellón, y ciertamente hacía indefinibles los colores. A bordo, ni una sola luz. Entonces el capitán John W. Hawker llamó a gritos a sus hombres mientras el loro Gordon caía desmayado al suelo, exponiéndose a los pisotones y a los orines de toda la tripulación de El Bergante.

Pero el barco no atacó. Pudo hacerlo mientras los hombres de Hawker se preparaban para la lucha, en medio de temblores espantosos y lloriqueos de huérfanas. Cuando estuvo preparado, John W. Hawker, junto al palo mayor, tomó el megáfono y ordenó al barco contrario ponerse al pairo.

- Ahora mismo -gritó-, o colgaré por el rabo a tu piojosa cuadrilla de diablos perillanes que no saben ni maniobrar una bañera.

El barco se detuvo. Pero cuando John W. Hawker fue a dar la orden de abordaje, ni uno solo de sus hombres estaba en cubierta. Sólo el loro Gordon, en el suelo, se dejaba acariciar por el viento las plumas de colores. Entonces el capitán Hawker hizo centellear en la madrugada sus colmillos de oro, arrojó un cabo a la cubierta contraria y saltó a ella con el sable en la mano. “Más vale que vayas armado” pensó, mientras su pierna de madera taladraba la cubierta de aquel barco misterioso cuya tripulación parecía ocultarse en el fondo de la bodega. Durante dos horas estuvo registrando la nave en busca de vivos o de muertos, pero sólo halló a un hombre en el camarote del capitán, un hombre con una pierna de palo, un plano tatuado en el pecho y una mirada de añoranza en su único ojo. Mantuvo con él una charla que ni siquiera el loro Gordon llegó a conocer jamás, y luego regresó a El Bergante con un simple anillo de malaquita que lo acompañó hasta la muerte y un libro con las páginas en blanco donde años después escribiría, palabra por palabra, lo hablado en aquel barco.

John W. Hawker tardó otras dos horas en hallar a su tripulación, que se había acuartelado en las cubiertas inferiores de El Bergante, armada hasta los dientes, en medio de letanías y conjuros, cruces y amuletos. Cuando abrió las puertas hubo hombres que cayeron desmayados al suelo. Pero el capitán Hawker caminó entre ellos lentamente, con el libro bajo el brazo. Luego subió a una mesa y los miró a todos uno por uno.

- No era el Diablo, caballeros -dijo con una de sus peores sonrisas-, tan sólo era un marinero sin sepultura y sin amigos. Ya pueden volver a beber vino en la comida, a contar cuentos de fantasmas y a tomar ron por la noche. Nunca más verán ustedes a ese barco ni me oirán faltarle al respeto.

Así fue.

4 comentarios:

  1. Gracias por pasar por mi espacio, tu huella me ha permitido seguirte hasta aquí y disfrutar de la lectura de este relato...seguiré leyendo anteriores y posteriores.
    Un saludo.

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  2. Un relato estupendo. Sospecho que al final era el diablo. Yo también soy un irredento forofo de la fantasía. Te seguiré con mucho gusto.

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  3. Me ha gustado mucho tu blog y he disfrutado leyendo tus relatos. graciaspor seguir mis versos.Te seguiré.Un cordial saludo

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  4. Gracias, Marisa, a mí también me encanta el tuyo. Me encanta la poesía y la leo antes de empezar a narrar, me da ritmo, pero no estoy dotado para ella. Gracias de nuevo y un saludo.

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